La unión.
Visita nuestra Zona Literaria en Waffle blogs.https://t.co/QNwKEzFolk pic.twitter.com/DeOYkc9cYs— Aldo Herrera (@Aldo__Herrera) 2 de julio de 2016
Habían pasado tres años, después de
aquella despedida, Gonzalo creyó que nunca podría olvidar a Valentina, pero lo
había sobrellevado muy bien, los primeros días aún veía a la señorita en el
tercer asiento de la primera fila, algunas veces imaginaba que ella caminaba a
su lado tras un recital, pero la mayoría del tiempo tan solo cerraba sus ojos
para ver de nuevo su cabello rizado, y ojos color avellana, que se habían
impregnado en sus memorias; sus rojizas mejillas, y mirada intrigante no
querían abandonar sus recuerdos, y al final eran tan solo eso.
Conforme pasaban los días las visitas
imaginarias eran menos constantes, y posaba a gusto la mirada en alguna u otra
chica, sin emanar en su memoria el rostro de la muchacha que robó su corazón;
Días y noches pasaron, hasta que por fin sus detalladas expresiones y sus
líneas faciales se fueron olvidando, o al menos creyó que así sucedía.
Interpretó magistralmente, una obra que lo
había llevado al estrellado (que llevaba por título “la despedida”), existen pocos recuerdos de la noche en que fue
escrita, fue una noche triste, la última vez que la vio (a Valentina), se
culpaba a sí mismo, por su deseo incomprendido de mezclar el blanco con el
negro, el cual no terminó en gris, sino en una tonalidad que le dolía mil veces
más; Ahora podía presumir, y se mentía a sí mismo que fue la mismísima
inspiración la creadora de la melodía, independiente de alguna amada, memoria o
aspiración; Una noche, no muy diferente a las demás, había terminado de tocar,
y salió del recinto, en donde en la calle ya sufría cambios a causa del pesado
otoño, la gravedad obliga a las hojas a caer sobre el suelo que el famoso
pianista caminaba, el crujido de las hojas era casi inaudible, pero el
disfrutaba el crujir del mismo, por fin se detuvo en la paz del jardín de su
vivienda, donde acostado sobre el césped imaginó sus manos sobre su piano, pero
algo al otro lado de la acera atrajo su atención.
Frente a él, una mujer fumaba en su
pórtico, una mujer tan hermosa como un crepúsculo, tan bella como la luna y tan
mítica como un olimpo, misma quien mira absorta las irregulares vetas en la
madera, suspira y limpia sus mojadas mejillas. Gonzalo sintió miedo de ver
aquella mujer, y quiso huir dentro a su casa, sin embargo, se acercó y le pidió
un cigarrillo.
La pasión más que el amor, los invadió y
sanaron así sus instintos de lujuria, a pesar de la evidente diferencia de
edades, el frenesí de la noche no les permitió parar en las caricias, y es así
como de dos seres solitarios en la mitad de un pórtico se unieron por un breve
lapso de tiempo. Gonzalo mantuvo aventuras amorosas con Aura Durán muchas veces
más, sin embargo, no fue a la única mujer a la que sedujo.
Había pasado un tiempo desde la noche en
que fumó en el pórtico con la señora Durán, cuando en uno de los días más
cálidos del invierno vio entre la multitud una cara conocida, aunque había
olvidado los detalles de aquel rostro, aún reconocía la belleza de sus bordes,
no había duda alguna, y cuando se dio cuenta, la joven se perdía en la
multitud; Era un mercado conocido y transitado, ahí se comerciaban telas,
especias, artesanías de metales, se ofrecían reparaciones y servicios
laborales, se comerciaban esculturas de barro y arcilla, entre muchas otras
cosas, por lo cual mucha gente acudía ahí, se abrió sitio entre la multitud sin
perder de vista en casi ninguna ocasión a quien creía era Valentina Valencia,
su amada olvidada, su inspiración, la dama del tercer asiento de la primera
fila; perdida en la multitud, una aguja en pajar, la silueta de la mujer se
perdió en el lugar, y Gonzalo redimido volvió a su jardín, para fumar, como la
mayoría de las noches, con su vecina y amante Aura Durán.
A partir de ese día volvió al mismo
mercado cada vez que pudo, sin embargo, pocas veces volvió a ver aquel rostro,
y aunque aún no sabía si realmente era ella, estaba decido a no olvidarla tan
fácil, que el como nadie sabía, lo que es no poder olvidar, y a pesar de que,
en el fondo, se preguntaba si lo reconocería, si todo sería como antes, o si
aquellos recuerdos nunca más podrían ser vividos, estaba decidido.
Su amor por Valentina y su negativa al
olvido eran inversamente proporcionales a los avistamientos con la señora Durán
y sus otras amantes; La señora Durán se sentía sola cuando Gonzalo no acudía, y
aunque no había, salvo el deseo carnal, un enlace entre los dos, comenzaba a
caer en el peor de los males.
- Una noche atormentado por las emociones,
el tintero cayó sobre el rugoso papel pentagramado, condenando al olvido la
composición, pinto sobre la piel de la doncella una nota, una nota que, si no
era de amor, si fue una semicorchea; otra noche perdida, u otra noche en vela,
pero plasmo en aquella melodía la esencia de la doncella, quien tan bella veía
desde lejos su condena, a amar sin ser amada, en la soledad de una noche
acabada. -
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