La unión.


Habían pasado tres años, después de aquella despedida, Gonzalo creyó que nunca podría olvidar a Valentina, pero lo había sobrellevado muy bien, los primeros días aún veía a la señorita en el tercer asiento de la primera fila, algunas veces imaginaba que ella caminaba a su lado tras un recital, pero la mayoría del tiempo tan solo cerraba sus ojos para ver de nuevo su cabello rizado, y ojos color avellana, que se habían impregnado  en sus memorias; sus rojizas mejillas, y mirada intrigante no querían abandonar sus recuerdos, y al final eran tan solo eso.

Conforme pasaban los días las visitas imaginarias eran menos constantes, y posaba a gusto la mirada en alguna u otra chica, sin emanar en su memoria el rostro de la muchacha que robó su corazón; Días y noches pasaron, hasta que por fin sus detalladas expresiones y sus líneas faciales se fueron olvidando, o al menos creyó que así sucedía.

Interpretó magistralmente, una obra que lo había llevado al estrellado (que llevaba por título “la despedida”), existen pocos recuerdos de la noche en que fue escrita, fue una noche triste, la última vez que la vio (a Valentina), se culpaba a sí mismo, por su deseo incomprendido de mezclar el blanco con el negro, el cual no terminó en gris, sino en una tonalidad que le dolía mil veces más; Ahora podía presumir, y se mentía a sí mismo que fue la mismísima inspiración la creadora de la melodía, independiente de alguna amada, memoria o aspiración; Una noche, no muy diferente a las demás, había terminado de tocar, y salió del recinto, en donde en la calle ya sufría cambios a causa del pesado otoño, la gravedad obliga a las hojas a caer sobre el suelo que el famoso pianista caminaba, el crujido de las hojas era casi inaudible, pero el disfrutaba el crujir del mismo, por fin se detuvo en la paz del jardín de su vivienda, donde acostado sobre el césped imaginó sus manos sobre su piano, pero algo al otro lado de la acera atrajo su atención.

Frente a él, una mujer fumaba en su pórtico, una mujer tan hermosa como un crepúsculo, tan bella como la luna y tan mítica como un olimpo, misma quien mira absorta las irregulares vetas en la madera, suspira y limpia sus mojadas mejillas. Gonzalo sintió miedo de ver aquella mujer, y quiso huir dentro a su casa, sin embargo, se acercó y le pidió un cigarrillo.

La pasión más que el amor, los invadió y sanaron así sus instintos de lujuria, a pesar de la evidente diferencia de edades, el frenesí de la noche no les permitió parar en las caricias, y es así como de dos seres solitarios en la mitad de un pórtico se unieron por un breve lapso de tiempo. Gonzalo mantuvo aventuras amorosas con Aura Durán muchas veces más, sin embargo, no fue a la única mujer a la que sedujo. 

Había pasado un tiempo desde la noche en que fumó en el pórtico con la señora Durán, cuando en uno de los días más cálidos del invierno vio entre la multitud una cara conocida, aunque había olvidado los detalles de aquel rostro, aún reconocía la belleza de sus bordes, no había duda alguna, y cuando se dio cuenta, la joven se perdía en la multitud; Era un mercado conocido y transitado, ahí se comerciaban telas, especias, artesanías de metales, se ofrecían reparaciones y servicios laborales, se comerciaban esculturas de barro y arcilla, entre muchas otras cosas, por lo cual mucha gente acudía ahí, se abrió sitio entre la multitud sin perder de vista en casi ninguna ocasión a quien creía era Valentina Valencia, su amada olvidada, su inspiración, la dama del tercer asiento de la primera fila; perdida en la multitud, una aguja en pajar, la silueta de la mujer se perdió en el lugar, y Gonzalo redimido volvió a su jardín, para fumar, como la mayoría de las noches, con su vecina y amante Aura Durán.

A partir de ese día volvió al mismo mercado cada vez que pudo, sin embargo, pocas veces volvió a ver aquel rostro, y aunque aún no sabía si realmente era ella, estaba decido a no olvidarla tan fácil, que el como nadie sabía, lo que es no poder olvidar, y a pesar de que, en el fondo, se preguntaba si lo reconocería, si todo sería como antes, o si aquellos recuerdos nunca más podrían ser vividos, estaba decidido.

Su amor por Valentina y su negativa al olvido eran inversamente proporcionales a los avistamientos con la señora Durán y sus otras amantes; La señora Durán se sentía sola cuando Gonzalo no acudía, y aunque no había, salvo el deseo carnal, un enlace entre los dos, comenzaba a caer en el peor de los males.

-    Una noche atormentado por las emociones, el tintero cayó sobre el rugoso papel pentagramado, condenando al olvido la composición, pinto sobre la piel de la doncella una nota, una nota que, si no era de amor, si fue una semicorchea; otra noche perdida, u otra noche en vela, pero plasmo en aquella melodía la esencia de la doncella, quien tan bella veía desde lejos su condena, a amar sin ser amada, en la soledad de una noche acabada. -



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