Algunas veces me detuve, esta vez no. // AH
El calor menguaba en cuanto giraban las aspas del ventilador hacia nuestros cuerpos; botellas de alcohol y cajetillas de cigarrillos reposaban sobre el piso tórrido, nuestros cuerpos bañados en sudor apagaban su brillo conforme la noche iba cayendo. Pronto el sol abandonó la iluminada sala de estar donde nos encontrábamos, y las luces no fueron encendidas hasta poco más de 15 minutos en total oscuridad.
Llevamos casi tres horas ahí, y el ambiente poco a poco iba cesando, cada vez estaba más fastidiado de lo que ahí estaba ocurriendo. Roberto no paraba de errar notas a propósito, y reía y reía debido al estado de ebriedad en el que se encontraba. A pesar de esto, guardamos silencio para volver a empezar, o al menos eso esperaba yo, porque entre canción y canción, se formaba un bullicio impresionante y el calor apabullaba. De pronto, todo comenzó a ser tan fastidioso que no pude más. Dejé mi guitarra, tomé el encendedor y el cigarrillo y salí (a pesar de que acostumbramos fumar dentro).
Pronto se acercó Luisa, su asqueroso pelo cebado y sus dientes amarillos por el tabaco ya no me sobresaltaban, su voz dulce y tibia era mejor que su aspecto; deslizo coquetamente su fina mano sobre mi torso, mientras yo daba otra bocanada; ya era de noche, pero no menos sudoroso que durante el día, compartimos el cigarrillo sin decir nada, salvo un intercambio de miradas, que dicen más que mil palabras. Regresamos adentro, y nos apresuramos al baño, mientras el resto del grupo continuaba ensayando. Cuando notaron nuestra ausencia ya estábamos ocupados en otros temas que pronto nos hicieron olvidar que teníamos compañía. Cuando volvimos, todo se había acabado, nadie quedaba en aquel ensayo. el aciago evento del próximo sábado era justamente eso, y no me importaba en realidad (había dejado de importarme en algún punto de ese mismo día).
Tome el autobús, viaje unos cuantos kilómetros, fume un par de cigarrillos más que las canciones que toque. Vi sus dulces ojos, le pedí perdón y corrí tanto que no sentí mis piernas, recostado en un césped mal podado, miré al cielo, antes de tomar el valor de dar mi ultima bocana. Ultima.
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