El viejo Acer.




La tarde no tenía fin, sobre la mesa una taza de café, un periódico, y un recuerdo más amargo que bondadoso, el otoño había caído tras un largo e interminable verano, el calor había sido el vivo ejemplo del infierno y el otoño actual era tal cual se imaginaba un paraíso. Enajenada en su lectura, no escuchó los pasos que avanzaban hacia ella; Una hoja de acer, proveniente de un acer de treinta años de antigüedad, cercano a la mesa de jardín donde Aura se encontraba, y a donde Luisa se dirigía, cayó, débil y opaca tentada ante la gravedad, sobre el hombro de la muchacha.

No prestó atención a la frágil y quebradiza hoja, la cual quedó varada en el suelo, y continuó firme, con la convicción tatuada en su discurso, el mismo que repitió para sí misma muchas veces, (aunque nunca decía exactamente lo mismo); al llegar, y con la mirada absorta en la mujer de los ojos oscuros, que yacía frente a ella, aquella en demasía peculiar, tenía una hermosura indescriptible, tenía una impresionante simetría en su rostro, una ceja abundante pero debidamente delineada, sobre sus mejillas se había corrido el rimel a causa de sus lágrimas, y aún en sus sollozos, era tan hermosa como un crepúsculo, tan bella como la luna y tan mítica como un olimpo.

Fotos sobre el suelo, el discurso planeado interceptado por lágrimas imprevistas, un cálido abrazo que solventaba sus sentimientos, y más como madre e hija, que como Suegra y Nuera.

Sus párpados se cerraron, ocultando sus pupilas color limón, sus extintas arrugas de expresión deformaba su rostro, no había otro rostro como aquel; Luisa era bella por naturaleza, a sus veintiséis años gozaba de espléndida salud, nunca una enfermedad había presentado para la muchacha algun obstaculo; En los días correctos, sus músculos se curvaban de manera que dejaban entrever una formidable sonrisa; Justamente, es un día de aquellos, donde las tristezas se han erradicado, y cada palabra pronunciada en su presencia cobraba sentido, se convertían en una razón de vivir, tantos recuerdos amargos eran borrados de su mente en el éxtasis de un nuevo nacimiento, cada camino recorrido parecía necesario, cuando antes ninguno de ellos parecía correcto.

La permanencia de una especie depende de la natalidad, y existen cantidades enormes de adversidad para lograrlo, pero el resultado siempre es impresionante, un poco de verdad; la natalidad había sido un reto para Luisa desde que se casó, habían intentado concebir muchas veces con anterioridad, y tras la pérdida de un hijo con anterioridad representaba la luz al final del túnel, no podía esperar que su esposo volviera para comunicarle la noticia, hace una semana que había partido a la capital de país.

El cielo ya era más azul que celeste, cuando volvieron juntas del jardín, tanto nuera y suegra parecían felices, Aura, era madre de tres hijos, Elisa, la mayor vivía con prosperidad a unas calles de la familia principal, tenía los ojos oscuros de su madre, y los rizos de su padre, con un carácter apacible, muy diferente al testarudo y agudo carácter de Carlos, quien vivía a treinta horas en autobús y tenía tres años más que Eduardo; Aura había sido madre y padre para los tres, no presentaba algún reproche, había logrado sacar adelante a sus hijos, y podía decir, sin racatar algun sentimiento que eran lo más preciado en su vida, hoy, hay una nueva razón, un grano más de fe; Había soñado tantas veces en revivir su juventud, sin duda un nieto era la idea de mayor peso en la mujer que hoy en día ha demostrado ser una en un millón.

Las horas de la noche iban pasando y Luisa no concilió el sueño, a pesar de que sabía que no era posible aún, posaba sus manos allí, sobre su propio vientre, esperando sentir los pies de un nuevo ser; contaba historias para sí misma, visualizaba su futuro, lo hacía sin escatimar en detalles, imaginaba una vida tranquila, con Ed siempre a su lado, y no supo distinguir entre sueño y fantasía cuando imagino, tres corazones latiendo al mismo tiempo, en un paseo largo, él besaba su cuello, y el pequeño jalaba su falta para señalar a dónde mirar, era un dibujo, que parecía ejemplificar absolutamente todo el concepto que ella tenía del amor.

El Acer del jardín tenía casi la edad de Eduardo, lo había plantado el padre de Carlos, cuando Carlos aún no nacía, Elisa había plantado aquel árbol junto con su padrastro, había sido el voto de unión entre los dos, la niña había desarrollado gran amor por aquel hombre, había sido como un padre para ella, el padre que no pudo ser para Carlos; Cada hijo de la señora Aura tenía diferente apellido, pero aún así nadie podía dudar de su integridad; El árbol tan viejo como Ed. , mudaba sus hojas a causa de la estación, sobre el suelo era imposible caminar sin escuchar el crujido de las hojas, cada vez, cada momento en que había soportado una gran angustia la sombra del Acer le brindó su apoyó y así tendría que ser el resto de su vida;  cuando Luisa despertó, recibió una llamada inesperada, y cuando comprendió la noticia, nada de su sueños y fantasías parecían haber sucedido la noche anterior.

Ahora, ni sus sueños, ni sus fantasías podrían seguirse al pie de la letra.



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